Fue así que, la Asociación de Mujeres AINÍ fue construyendo una red de mujeres a lo largo de la comunidad del Bajo Naya, generando procesos de cooperación en varios corregimientos de la región, teniendo en Puerto Merizalde su sede principal. Aquella unificación de criterios propició que hoy en día la asociación cuente con más de 300 integrantes (287 mujeres y 17 hombres). “AINÍ” es un nombre proveniente de Angola que significa “fuente de la primavera de flores”; las flores son las mujeres, y los hombres de la asociación son llamados “jardineros”, aquellos que riegan las flores y las ayudan a florecer en tanto que las aconsejan, apoyan y acompañan, dada su mayor experiencia en procesos organizativos. La reivindicación de género es transversal en el discurso y el accionar de la asociación, en donde la complementariedad entre mujeres y hombres marca la apuesta principal, según lo expresa Yuly Patricia Valencia, miembro de la asociación:
“Organizarnos como mujeres no fue una tarea fácil, porque para algunos hombres las mujeres organizarse iban a hacer rebelión (…) [Pero] mostramos que el accionar de nosotras como mujeres no era una rebelión, sino unir fuerza y avanzar en un proceso colectivo (…) AINÍ hace parte de esos esfuerzos de liberación que desde nuestros antepasados comenzaron a hacerse (…) En la historia se mira que muchas mujeres en el territorio colocaron el pecho y la vida para sostener un proceso colectivo, pero nunca se escuchó hablar de ellas. Siempre estuvieron ahí para acompañar al hombre, pero nunca se habló de ellas. Hoy AINÍ dice no, nosotras estamos aquí y queremos que nos escuchen como mujeres. Y también en el proceso de AINÍ decimos queremos escuchar a los hombres”.
Ahora bien, la Asociación de Mujeres AINÍ es de las pocas organizaciones en la región, si no la única, en contar con una empresa autosustentable que apunta a generar economía en la zona baja del Naya. En su línea de emprendimiento y productividad, Flores de AINÍ, es una de sus principales iniciativas productivas, la cual consiste en la siembra, cosecha y transformación de la papa china. La papa china es un producto madre del margen pacifico, cuya exquisita tradición demanda consumirla como sancochada, plato fuerte del hogar. No obstante, Flores de AINÍ, decidió imprimirle un valor agregado a la papa china y la transformó en harina y almidón para elaborar a partir de allí, tortas y pasteles, rebanadas húngaras, galletas, ponqués, panes, cucas, avenas y harinas libres de gluten, además de bebidas como Primaverito, el cual contiene una mezcla de viche a base de harina y papa china, tratándose de una bebida cálida y fuerte.
Es típico en el pacífico colombiano y hace parte integral de su riqueza gastronómica, la mezcla de ingredientes para producir comidas y bebidas de todo tipo, incluso aquellas ancestrales como el viche. La creatividad culinaria de las mujeres AINÍ para transformar materias primas de su territorio les ha permitido ofrecer deliciosos productos que han podido ser comercializados por encargo en municipios como Cali, Buga, Tuluá, Bogotá y López de Micay, para lo cual aspiran a alcanzar el nivel de una cadena alta de venta con grandes plantas de producción, en donde la papa china se convierta en un producto base de la canasta familiar. Semejante iniciativa traería enormes beneficios a la comunidad, en palabras de Yuly:
“La papa china ya no es consumida de una única manera, sino de diferentes maneras. Ya es un producto que tiene un valor agregado y que de esa manera puede aportar a la economía del territorio y que las mujeres también tengan un hacer diferente que solo cultivarla. Pero también, al transformarla, se puede expandir la venta del producto, ya que siempre ha estado nomás dentro del territorio, pero ahora ya se puede expandir”.
Un aspecto que reafirma la importancia de la papa china para la sanación del territorio es la vida y el trabajo comunitario que propicia. En un intenso calor de mediodía, al interior de una construcción palafítica, a orillas del río, integrantes de la asociación AINÍ tomaban un descanso de sus labores de trabajo. Las cocineras se apresuraban a servir el almuerzo, un sancocho de gallina con arroz, yuca, plátano verde y patacones que renovaban las energías de las que se dedicaban a cortar, pelar, lavar (en el río) y cortar la papa china que ya se hallaba en estado de maduración. Algunos niños y adolescentes volvían o iban para el colegio, generalmente se transportaban en canoas, por lo que desde muy pequeños ya sabían amarrar un canalete para embarcar.
Estas y otras anécdotas se compartían sobre la mesa, unas más alegres, otras más tristes, como cuando presenciaron a 4 avionetas fumigando con glifosato los cultivos de coca, pero también los de cacao, borojó, chontaduro y papa china. Mientras la coca sufría leves daños y, al contrario, “se ponía más bonita”, los demás cultivos se deshacían por completo. “Era una forma de matar a los pueblos, colocarlos en hambre”, dijo uno de los integrantes masculinos de la asociación. La indignación se palpaba en el aire y ancló con el relato de los grupos armados que aún continuaban hostigando a la población. Era el colmo, sin dudas. Pero la esperanza y el empoderamiento prevaleció y más con el sabor salado del caldo de gallina y el dulce olor del pastel horneado que empezaba a salir desde la cocina. Evidentemente, el optimismo descansaba en aquel tubérculo rico en proteína, hierro, fibra y vitamina C: la papa china, a la que Yuly destaca su papel en la reconstrucción del tejido colectivo:
“Hacer este proceso con la papa china no es fácil para una persona. Entonces, siempre hay cinco o seis [personas], y eso permite la vida en comunidad, el trabajo en equipo. Solo no se beneficia a una persona, sino que nos lucramos muchas personas, porque es un proceso muy extenso que requiere, y más [que] lo hacemos de una manera muy tradicional. Esto genera paz, da confianza, porque para ello se requiere contar con personas dispuestas a cultivar la tierra”.
En la población del Bajo Naya existe una arraigada cosmovisión de concebir entre la tierra y la vida una íntima relación, por lo que el cuidado medioambiental es una prioridad. De ahí que el cultivo de papa china se maneje por ciclos de un año en el que las semillas se trasladan de lote en lote sin utilizar ningún químico, garantizando al 100% la conservación del territorio, pues no afecta a otros cultivos, al contrario, contribuye a la diversificación vegetal. Por otro lado, las mujeres AINÍ son conscientes de los espíritus de vida que animan a la región, cuya fuente de vida gira alrededor de la cuenca del río Naya, protegida por Yemayá (madre del agua, de los ríos y los mares), una de las orishas más importantes en la religión yoruba, la cual fue enaltecida durante el proceso tortuoso de la diáspora africana.
Yemayá representa la fertilidad, la maternidad, la protección, la sabiduría y la fuerza femenina, fortalezas en donde las mujeres AINÍ se ven identificadas. Tal espiritualidad se sincretiza con el Dios cristiano y produce múltiples y ricas creencias que no son motivo de discordia, pues aquella comunidad de nayeras y nayeros sabe respetar el pensamiento de otros y convivir en tranquilidad, lo que contribuye en suma manera a la construcción de una mirada colectiva y de paz en el territorio.
Prueba de ello son las mujeres AINÍ, cuya asociatividad y propuestas productivas enlazan con la idiosincrasia afrocolombiana de resistir y hacer frente a la adversidad de manera festiva y alegre, reflejado en el baile[1] y las tradiciones comunitarias que se traducen en una resistencia desde el territorio que busca restaurar la relación con el mismo, rescatando las actividades de siembra, pesca y minería artesanal que manifiestan una belleza primordial en el que el agua del río, plantas, árboles, mujeres y hombres, conforman una unidad.[2]
[1] Tales como currulao, cocorobé (cantos y arrullos para celebrar la vida) y los alabaos para despedir a los difuntos. Ahora los bombos, marimbas, guasá y tambores son reemplazados por la salsa, pero siguen teniendo un extendido uso, sobre todo en las fiestas patronales que reúne desde distintas veredas a la comunidad del Bajo Naya.
[2] Al territorio se le considera como otra vida con la que hay que interactuar. Por ejemplo, se debe pedir permiso antes de tomar una planta, así como para bañarse en el río, palmoteando el agua una o dos veces. Aquel mutuo respeto regula y equilibra la vida, produciendo una mágica unidad entre las personas y el territorio espiritual.
A la armonía con la Madre Tierra se suma un ejercicio constante de pedagogía mediante el diálogo y la cultura oral, como lo son las asambleas veredales en donde se contextualiza a la población sobre la importancia de la organización, la formación de líderes, el respeto por los orígenes, el fomento de economías solidarias en el que dan el ejemplo en hechos como no cobrar comisión por la utilización de sus talleres de cocina ubicados en la vereda Primavera,[3] donde almorzamos.
En la tarde degustamos los deliciosos postres de papa china cocida y rallada, cuya crujiente repostería combinaba con la textura suave, esponjosa y cremosa de la masa húmeda del pastel, además de las galletas crocantes de yuca y los ponqués con sabor dulce y amiláceo. Las mujeres descargaron los machetes con el que cortaban la mandioca, se quitaron las pañoletas para el calor, y se dispusieron para una linda merienda alegre y colorida que disfrutamos con mucho placer. Después nos transportamos en canoa hasta Puerto Merizalde, en donde el crepúsculo se alzaba sobre la majestuosa iglesia católica que yacía sobre la cabecera del pueblo. Desembarcamos en la sede de la asociación y más entrada la noche nos invitaron a una celebración local.
[3] La asociación cuenta con un espacio de formación para niñas y niños entre 6 y 15 años llamado “Semillitas AINÍ”. Además, en la asociación las mujeres integradas al proceso están en un rango de 17 a 65 años, evidenciando la relevancia del relevo y la colaboración intergeneracional para sus miembros.
Algunas maestras y maestros de la asociación se hallaban en la reunión y cuál fue mi sorpresa cuando descubrí que todos eran excelentes bailarines del guaguancó y la salsa. Parecía que con el baile y el viche descargaban las malas energías y se hacían más cercanos entre sí. A pesar de todo la vida era bella y había que celebrar por ella. No había mejor resistencia que esa. Al otro día las ganas de trabajar por un mañana mejor se triplicaban al saber que el legado ancestral de resistencia nunca moriría en manos de este grupo de mujeres fuertes, valientes y resilientes, contadoras de la verdad y constructoras de paz.
Esa era la real importancia de AINÍ, rescatar las historias enterradas en lo profundo de la densa selva del pacifico, para cambiar de sus páginas, lágrimas por sonrisas. De esta forma las mujeres se liberan, alzan la voz, no aceptan más flagelos y se involucran en la toma de decisiones. La aurora del alba aparece y una Yuly conmovida, mirando al río siendo besado por el sol, comparte un discurso que inspira y obsequia destellos de esperanza para todos los habitantes de la cuenca del río Naya:
“Nosotros nos caracterizamos como AINÍ, cambia lágrimas por sonrisas. En este momento yo puedo tener una tristeza interior, pero el hecho de estar aquí en la unidad productiva con dos o tres compañeras, van a decir, ¡ay!, Julana está triste, pero vamos a darle un toque de alegría (…) Siempre hay un plan para consolar, para apoyarnos, para decir, en medio del dolor hay que sacar una sonrisa. Ese es AINÍ y cómo vinculamos es que aquí, en el territorio de la cuenca del río Naya, damos vida, damos luz. Las mujeres somos las que damos vida, las mujeres lideramos procesos, las mujeres estamos ahí para construir paz, y si las mujeres no nos apropiamos para construir paz, para dar vida armónica, no vamos a lograr vivir en tranquilidad (…) Somos víctimas de desaparición forzada y unas con otras nos hemos consolado. Haciendo este proceso nos hemos encontrado y nos hemos dicho, en medio del dolor tenemos que seguir adelante, en medio del dolor debemos cuidar nuestro territorio, en medio del dolor debemos de persistir y no desistir de que esta es nuestra tierra, y para conservar nuestra tierra debemos tener unas prácticas que fortalezcan ese vivir en el territorio”.