Amparo Navarro hizo parte integral de ese proceso y junto a sus compañeras constituyen las maestras pioneras de la artesanía de seda en el país. Es justamente ella la que se encuentra al pie de la entrada de la finca Los Chorros, ansiosa de mostrarnos lo que llama gustosamente la “ruta de la seda”.
Las prominentes nubes se repliegan y al instante, la luz del alba centellea los vastos campos y montañas de Timbío con un brillo radiante que parece remitir a las míticas regiones del Asia. Rápidamente, Amparo nos introduce en la historia fundacional del descubrimiento del gusano de seda, revestida de una mágica fascinación legendaria que nos acompañará el resto del recorrido.
Cuenta la leyenda que la emperatriz Leizu de China se hallaba debajo de un árbol de morera tomando una taza de té, cuando de pronto un capullo de seda cayó dentro de su taza y al momento de agarrarlo se desprendió un hilo muy fino y brillante seguido de una pequeña oruga que se le conocerá desde entonces como el gusano de seda. Leizu junto a su esposo, el Emperador Amarillo, montarán la seda como su economía y castigarán con la muerte a quien trate de revelar su secreto, el cual se mantendrá oculto por muchos años. De tal forma, los chinos establecen la ruta de la seda que es una serie de caminos que comienza desde China, pasa por India y llega hasta el Imperio Romano, quienes intercambiaban la seda a precio de oro, junto con especias, canela, la piedra de jade, etc.
Progresivamente, nos adentramos colina abajo hacia la finca, pasando por un jardín de moreras impecablemente cultivadas. El árbol de morera, originario del Extremo Oriente, es una planta estacionaria adaptada al trópico, y constituye el alimento a través del cual depende la vida del gusano de seda, así como la calidad y cantidad de su producción (1500 mts por cada capullo), por lo que su cuidadoso cultivo constituye el primer eslabón de la cadena sericola llevada a cabo por la asociación. El terreno tiene una extensión de por lo menos dos hectáreas en el que se observan a varios campesinos desyerbando, fertilizando y recogiendo las plantas, y a pesar de que Amparo reconoce una falta de espacio se alegra por lo que tienen y por poder brindar trabajo a muchas familias:
“Ha sido un proyecto muy hermoso para la construcción de paz. Dentro de nuestro territorio no hay mucha empresa, no hay mucho empleo, sin embargo, damos gracias al Universo por esa oportunidad tan linda que se nos dio y fue de conocer a este insecto y poder convivir con él cuarenta años.”
La trayectoria y el esfuerzo conjunto de la asociación les ha valido ser beneficiaras de varios proyectos en los que han podido tecnificar su emprendimiento, como la instalación de composteras y un biofiltro que garantizan un mayor rendimiento en los cultivos, minimizan los costes de producción y es más agradable con el medio ambiente:
“Vamos de la mano con el medio ambiente, aquí nosotros no podemos aplicar insecticidas ni herbicidas porque es un ser vivo y necesita de muchos cuidados, entonces es un proyecto hermoso porque vamos de la mano con nuestra tierra (…) es una finca muy amigable con el medio ambiente, aprendimos a respetar a la Madre Tierra”
Al punto nos dirigimos a una caseta de crías para conocer al animalito productor de la materia prima. Nos encontramos con unos camarotes espaciosos hechos de madera en donde reposaban miles de gusanitos cuyo color blanco con franjas negras les dotaba de un aire místico de contemplación. Algunos dormían profundamente e inclinaban la cabeza de tal modo que se asemejaban a monjes budistas en meditación. Aquel misterioso y mágico insecto solo vive treinta días y pasa por cinco edades hasta realizar su proceso de encapullado.
“A nosotras nos mandan los huevos fertilizados desde la UTP, y luego la Universidad del Cauca nos hace la parte de incubación, y a partir del primer día empezamos a tenerlo en nuestras casas, porque este insecto requiere de unos cuidados únicos de temperatura, de ventilación, de asepsia, y en la primera edad son muy pequeños y nosotros empezamos a alimentarlos con morera finamente picada por cuatro días…”